Durante millones de años, el paciente y constante río Colorado, ayudado por la lluvia, el viento y el hielo, erosionaron una de las formaciones rocosas más espectaculares del mundo. Está considerado una de las maravillas naturales del mundo y está situado dentro del Parque Nacional del Gran Cañón (uno de los primeros parques naturales de Estados Unidos).
Tiene unos 400 kilómetros de largo y entre 6 y 29 kilómetros de ancho. Hay puntos donde la profundidad es de 1.600 metros.
Desde la zona de los hoteles, bordeando el acantilado, sale un camino llamado «Trailhead Bright Angel», que baja hasta el río. Es una de las diferentes rutas que existen para visitar el Cañón. Nosotros hicimos un trocito pequeño, y aunque la bajada es muy cómoda de hacer, se tiene que vigilar con la vuelta. Subir supone un gran esfuerzo, y conocer el estado físico personal es básico para no encontrarse con dificultades. Se recomienda que si se quiere llegar hasta el río, se haga en dos días como mínimo, ya que abajo hay un refugio donde te puedes quedar a dormir.
Todo el Grand Canyon está en continuo proceso de cambio, incluso el color de la roca se vuelve diferente a medida que avanza el día. Del blanco del mediodía evoluciona a los tonos rojos de la tarde. Es en este momento cuando empieza a esconderse el sol, que el Cañón aún supera su denominación de Maravilla Natural.
Impresionan las dimensiones de estas paredes de roca y los relieves de las piedras hipnotizan. Nos podemos pasar horas mirando al infinito mientras cambian los colores del horizonte, pero el cambio de temperatura lo hace difícil. Parece mentira que, cuando se va la luz, exista tanta diferencia de grados entre el día y la noche.

Una opción para ver la espectacularidad de este Parque, es sobrevolando la zona en helicóptero o avioneta. Pero no hay que olvidar pisar el terreno uno mismo, y los trekings y caminatas bordeando los márgenes del Cañón son el mejor ejemplo.
